11 de junio de 2011

SUMMEEEEEEEER!

Señor grillo:
Un año más le oigo pautar las largas, lentas horas de la noche insomne del verano. Sé que en la naturaleza nada hay inmotivado o gratuito; que el rayo, los terremotos, el veneno de la serpiente y las garras del tigre cumplen una función tan precisa como la brisa, el canto de los pájaros o el colorido de las flores. Sé que su canto, en fin, obedece a un propósito, y que sin él tal vez quedaría irremisiblemente alterado el orden de la noche veraniega, su invisible y minuciosa trama de vida pequeña, aleteos misteriosos y depredaciones invisibles. Sin embargo, no es ésa la razón por la que quiero felicitarle. Por el contrario, lo que me fascina de su canto es su perfecta impresión de gratuidad: parece que no sirve para nada; que no tiene finalidad práctica alguna; y, por tanto, como todo lo inútil, termina revistiéndose de otras funciones pertenecientes al ámbito del sentimiento y la fantasía, cuando no del desvarío.


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